
Sergio Sonora
flor y canto

Comentario final
Después de haber descrito lo aquí expresado, cierro el arcón de estos recuerdos con un balance final: entre 1946 y 1978 (32 años) fui: hijo de familia, estudiante, cantante del coro escolar, estudiante de violín, rebelde sin causa, empleado de la industria hotelera y de la bancaria, existencialista, drogadicto, ladrón de motocicletas, pandillero, vagabundo, ilegal espalda mojada, lavaplatos, cajero, mesero y gerente de restaurantes, ayudante en negocios varios, pagador en campos agrícolas, hippy, artesano, vendedor de artesanías, carpintero, traficante de drogas, reo, ávido lector, vendedor callejero de periódicos alternativos, interprete ingles español, empleado en la construcción, estudiante universitario y empleado del welfare norteamericano. Fui practicante de yoga, buscador del origen, del camino espiritual y del camino oculto. Honguero, peyotero y comedor ávido de alimentos-sagrados naturales. Mestizo y nacionalista orgulloso. Amante fiel e infiel. Poeta, compositor, músico, pacheco y loco.
Fui amigo de mis amigos, respeté a los ancianos y estuve siempre en la cercanía de las mujeres.
Amé y odié apasionadamente.
Mi herencia veracruzana no me permitió ser… callado, pues hasta en silencio digo algo, y por el lado sonorense siempre he sido directo, abierto y verídico; nunca he tenido pelos en la lengua ni temor de decirle chile al chile.
A pesar de ser desmadrozo y dicharachero, también fui un tanto... triste, melancólico y sanguíneo. Penetré en el interior del alma humana, aprecié la belleza de la vida, vislumbré los modos y las maneras del destino; conocí la soledad, el frío, el miedo, el hambre y la incertidumbre.
La gran mayoría de las veces que caminé lejos, lo hice… en solitario (a veces se me arrimaba alguien por una parte del camino).
Toqué fondo multitud de veces. Morí muchísimas veces.
Fui un esposo regular (más bien malo) y un padre amoroso, mientras pude hacerlo.
Cometí muchos errores y también tuve aciertos. A pesar de todo esto, en mi corazón sentí siempre el inmenso y pacifico misterio insondable, infinito y eterno, al cual, sin comprender cabalmente ni un poquito, le llamo DIOS (de quien… percibo su grandeza en la cercanía y en la distancia, mental y no-mental) y, fue por todas estas experiencias que mejor conocí… “SU LEY”, que es la Ley de la Vida.
Hasta hoy he sido conocido como: “el Bakatete, el “Pinche Indio,” el “Indio,” el Sergio Alegre en Ciudad Obregón (porque siempre tocaba música en mis carros), Shevisha por algunos Lakotas (<<He who tries to wear it out>>), Ce Xoxitl Itzmeztli Iluixoxitl por el mundo Nauatl, Sergio PEMEX en algunos lados del gabacho (cuando quería evadir el contestar preguntas estúpidas relacionadas con mi temporal prosperidad económica, dado que por el hecho de ser “indio,” causaba extrañeza en algunos. Entonces decía que mi familia mexicana estaba en el negocio del petróleo), con el molesto e incomodo Serg (Serch) de algunos gringos… (el cual de ninguna manera aceptaba); como Sonora y Gomorra por un compita ñeracles, y como Mr. Frank (cuando deseaba confundir a los gringos, dado que es un apellido Germánico-Judaico. Tuve una mujer Judía con ese apellido y de allí fue que lo merecí). Para los compas siempre he sido… el Sonorita, o simplemente… Sergio.
Es muy probable que por todo lo aquí descrito, por mi apariencia personal, por mis convicciones filosóficas, religiosas, sociales y políticas, por mi gusto y respeto por “el Pueblo” y lo mal-llamado “indígena”, por mis conocimientos mágico-sagrados, por mi alejamiento del sistema y por más, sea yo la vergüenza y la oveja prieta de las familias Coria y Campoy, sin embargo, sin detenerme a analizar las virtudes o los defectos de la burguesía clasemediera mexicana de “derecha”, debo decir que no cambiaría por nada las experiencias por las que he pasado; que no vendería mi rebeldía ni mi espíritu por ningún precio o motivo; que no me avergüenzo, mediocremente, de mis errores, ni me obsesiona el temor a equivocarme y que no considero indigno mi caminar, ni las decisiones que he tenido que tomar en la búsqueda del encuentro conmigo mismo, con mi sobrevivencia y libertad. Soy prospero espiritualmente, libre, desconocido y sin dinero; y no un pobre rico, encadenado, ignorante de sus orígenes, sin tiempo eterno y sin corazón.
En mis largos años de enteogenia profunda me sucedieron muchísimas más situaciones fantásticas que las aquí narradas; en esos estados de percepción no-ordinaria enfrenté lo inimaginable y lo incomunicable. Tuve visiones y vivencias más allá de las leyes naturales y de la llamada… “razón”. Fui, como dijo Carlos Castaneda: más allá del umbral de la paradoja del abstracto.
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Así que: nací Cristiano /Católico; mi infancia fue la de un ermitaño solitario, realista. Crecí casi-ranchero /campesino, pero en las bases del pensamiento y la “costumbre” occidental burguesa... Fui un hijo de después de la “Segunda Guerra Mundial”, de... después de la primera y la segunda bombas atómicas. Un vástago de la “generación gelatina” (o sea: la que nació sin hueso). Como consecuencia de esto, en la adolescencia me volví existencialista. Maduré en el aburrimiento /cansancio /cinismo urbano y me transformé en un joven “anarquista-consciente-rebelde sin causa”.
Me revolqué en el ateísmo doliente poético /maldito y en las “chaquetas mentales /intelectuales”.
Debo decir que el “corretear sirvientas” no fue mi rollo pues, por convicción familiar e intelectual /democrática, nunca tuvimos ninguna (esto sin despreciar la belleza de mis hermanas). Tampoco fumar asquerosos cigarros fue mi pecadillo juvenil; empecé, como dice Dylan: “on bourgandy, but soon hit the hard stuff”.
Cuando finalmente llegué al “ácido Lisérgico 25” era un delincuente /casi-suicida; triste y desilusionado de la vida en la tierra. A través de vislumbrar “El Gran Misterio Desconocido” ascendí a “Sacerdote Pagano” y ese beneficio clarificó mi visión borrosa y desarmonica entre: la Sagrada Fuerza Acuática /Femenina y la Sagrada Milicia Solar /Masculina; energías poderosas entre las cuales he rebotado de forma ignorante e inconsciente durante múltiples reencarnaciones.
Con el matrimonio vino la necesidad económica, la decadencia, la mediocridad burguesa y el desencanto... a pesar de que con mi hija vino la felicidad lumínica, el cambio, el crecimiento, la sabiduría, la redención y el renacimiento. Para sobrevivir a eso, escogí la soledad culpable del vagabundo divorciado consciente. Y en el alborozo dionsíaco desmesurado, me volví a tirar de cabeza al barranco, una y otra vez. Entonces fui: socialista, ateo, budista, naturista, tantra, hedonista, héroe-porno, hechicero diabólico, realista, empleado diverso, drogadicto empedernido, burguesín mañoso, andarín, artista del “mehagopendejo”, coyote flaco en la montaña, yogui y... fan del Chavo del Ocho. Todo, menos gay pues, la verdad sea dicha, ¡no se me dio!
Tampoco fui un buen borracho, por lo que no ahondé en esos culticos y sociales misterios.
En cuanto a conceptos, creo que nunca fui “un vago”, pues según mi experiencia urbana, los vagos citadinos son sedentarios; no les gusta moverse mucho ni ir muy lejos y no se arriesgan demasiado en cuanto a perder sus... comodidades, vicios y costumbres. Así que probablemente estuve más cercano a los “vagabundos”, cuestión que tiene que ver con “la libertad y el movimiento”. Este es un camino muchísimo más difícil de soportar y de resolver, pues no es para débiles, delicados ni pusilánimes.
Caminé, caminé, caminé. Fui héroe de la Fuerza Aérea Urbana, con maestrías en asilos y huevasterios comunes para locos callejeros extraviados y post-grados bien ganados en ser un “hijo de la chingada”.
De repente, cuando y donde menos lo esperaba me encontró el Gran Maestro llamado “Doña Magia-Sagrada” y me hizo danzante. Me sembró en el suelo y me bautizó en el cielo. Me impuso mi mascara y me hechizó en el aprendizaje de “la participación, del merecimiento y del agradecimiento”. Esto, a través de la armonía impersonal, del amor, de la vacuidad humilde, de la conciencia, de la disciplina tipo militar, de la observancia de la fuerza de la voluntad, del arte, del olor de las flores y del copal, del gozo, de la sonrisa, del alejamiento del personalismo egoico, de la unión familiar, del re-entendimiento de la devoción, del re-encuentro con la fe, de la entrega al servicio y del abrazo objetivo a la tradición popular”.
En marzo de 1978 la Danza de Concheros no estaba aun abierta a la generalidad de la gente. Los medios escritos de comunicación trataban a los danzantes con desprecio o con curiosidad folclórica (a veces con un cierto temor). Algún viejo danzante me dijo que se referían a ellos como: “brujos y borrachos.”
Mi entrada en la Corporación de Concheros de México no fue por una razón… religiosa. Ni por un fundamento “cultural-histórico”, del re-encuentro con la sangre, con el origen, o… nacionalista. Ni por poder o fama. No fue por las plumas o los vestuarios. Ni por un motivo “cósmico” (pues eso no estaba tan de moda entonces). Tampoco fue por un discernimiento… mágico. Ni por un móvil “filosófico-acuariano”. Mi ingreso fue, simplemente, porque los integrantes de la Corporación… hechizaron mi corazón.
Desde los tiempos de mi infancia en el Valle del Yaqui no había vuelto a convivir con gente de semejante calidad humana. Gente fuerte, viva, con humor y seriedad. Gente comprometida con su entorno y con ellos mismos. Gente creativa. Gente con… tierra y cielo. Participes del hoy perdurable. Gente… sabia. Sencilla. Gente que conocía bien la vida y la muerte. Gente eterna.
En ese precioso arroz, también había algunos pinches prietotes bien cabrones (y aun los hay), como suele suceder.
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A los Estados Unidos nunca fui... “a trabajar” (me brinqué el cerco muchas veces y por diversos lugares). A ese tormentoso y bélico mar Anglo-Sajón fui solamente... “a nadar como pescado”. Digo mar Anglo-Sajón porque allí blancos, rojos, negros, amarillos y cafés con leche se vuelven felizmente, un tanto anglo-sajones, con la excepción de los mexicanos, pues estos siempre retienen características del origen, lo quieran o no; los mexicanos populares desde luego, no los burgueses, estos otros se mimetizan pronto y se les olvida rápidamente la raíz y el lenguaje, aunque si ven por allá el ballet de Amalia Hernández, pueden llegar a las lagrimas; conozco a más de uno que después de pocos años en el gabacho, regresa hablando como A.B. Quintanilla (el hermano incomodo de Selena).
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Así que: cuando era demasiado joven fui un nihilista, cuando debería de haber sido un estudiante hijo de familia me volví rebelde sin causa, cuando todos eran “fresas” yo era hippy, cuando llegué al norte y ni los indios querían ser indios yo me enorgullecí de ese origen y caminé con ese estandarte como escudo, y hoy que los blancos se sienten indios y que junto con muchos indios de sangre-pura son todos neo-paganos new-age, yo me digo ser católico popular â outrance. Y aquí estoy de regreso, como Giovanni Papini y con la convicción sincrética de Black Elk* (Hehapa Sapa); aunque nunca lo suficientemente-clerical.
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El Amor incondicional, misericordioso y del Ser, lo conocí con mi madre, con mi padre y con mis hijas.
El Amor del corazón lo estoy conociendo, lenta y pausadamente, al lado de la Señora Teresa María.
El Amor Divino lo encuentro en lo que llamo Dios; esa eternidad-lumínica-infinita y desconocida que me guía en paz y verdad, de la oscuridad a la Luz. El sí-mayor de mi escala. Mi no-yo.
* In 1903 he was baptized Catholic, taking the name Nicholas Black Elk and serving as a chatechist. He continue to serve as a spiritual leader among his people, seeing no contradiction in embracing what he found valid in both his tribal traditions concerning Wakan-Tanka, and those of Christianity.
John Neihardt-Joseph Epes Brown
El Amor per-se es para mí la Vida, la no-muerte; esa armonía intermedia que no tiene carga.
Y el Amor al Prójimo lo encuentro en el ser humano en general, en mi Pueblo, en mis Compañeros Danzantes, y en todo lo vivo de la Creación Divina, con quienes convivo en mí hoy, y en quienes me reflejo tal cual soy.
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Fui una de esas “ovejas descarriadas” que ningún pastor fue nunca a buscar y que la institución pastoril nunca ha extrañado ni echado de menos; ni le interesa recuperar, ayudar, escuchar ni aceptar.
Pedro Infante decía: “la culpa no es de la oveja, es del pastor”. Pancho Villa decía: “un cura es un hombre de negocios como cualquier otro.”
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Mi vida cambió desde que vi mi cara coronada con plumas, reflejada en la ventana de la casa de Doña Chuchita. Fui hechizado y mi vida tomó un rumbo diferente. Mi búsqueda se volvió de una índole desconocida hasta ese momento. Finalmente me encontré con mis orígenes y con mis raíces.
Aunque por un camino y con una visión diferentes, volví a participar en los rituales del santuario del Dios de mis padres y del pueblo mexicano al cual pertenezco.
El ser mestizo dejó de tener dolor y odio y se volvió un doble tesoro. Floreció en mí el “interprete espiritual”, y me coloqué definitivamente en el centro mismo de la Santa Cruz de los Caminos.
Con los Concheros hice mi entrada en el mundo ritual, mágico, sagrado y religioso del pueblo mexicano. Encontré otros gustos y otros intereses; descubrí otro camino y ese nuevo camino se volvió mi destino; me volví Danza, me volví Canto, me volví Pájaro, me volví Viento, me volví Flor; Uno Flor (Ze Xochitl). Me nacieron nuevos y diferentes deseos de creación, de aprendizaje, de superación, de trabajo y de cooperación.
Poco a poco empecé a aprender a dar y a esperar; a recibir y a merecer. Descubrí en la unión participativa, un lugar entre la gente. Comprendí el valor del esfuerzo y del auto sacrificio. Me hice pequeño. Aprendí el valor de la obediencia, de la disciplina y de la humildad. Entendí finalmente el tesoro que es la… oración (la que sale cuando el pecho está vacío, la que no pide nada; no la del hipnotismo colectivo).
Con los Concheros comprobé que la cultura eterna de México está en sus pueblos, ancestrales y actuales; en su códice genético múltiple (moreno, blanco, negro y amarillo), en la sangre de todos; en sus creencias y tradiciones, en sus historias; en el alimento, en la música, en la creatividad y el arte, en la poesía y la palabra, en las danzas, en sus oraciones y en su realidad cotidiana. Hoy... no nada más en el pasado. Con ellos empecé a comprenderme a mí mismo verdaderamente. Paré mi mente una vez más (como lo hice en los sesentas). Volví a sentir con claridad. Vi mi rostro reflejado tras el humear del espejo de la convivencia y de la inter-relación. Enfrenté mi realidad en tiempo presente y del silencio positivo surgió la verdad… mi verdad.
Al estar mi mente vacía, en paz y libre de todo condicionamiento y expectativa fui sorprendido por lo inesperado no-conocido y así vivencié lo atemporal.
Aquella viejita, aquella taza de café con leche, aquella concha de chocolate, aquél joven anciano con olor a pulque y aquella corona de Danzante Conchero fueron el umbral de mi no-tiempo y el de mi auto-conocimiento y bienaventuranza. No sin mucha dificultad he tratado, desde entonces, de abandonar las transgresiones contra la “Ley del Amor”. No ha sido fácil huir de las ni limpias ni livianas seducciones de la diversidad y, no me ha sido sencillo mantenerme lejos de la fascinación del camino sutil y atractivo del pecado.
Desde que ENCONTRÉ MI ROSTRO en la ventana de la casa de Doña Chuchita, lucho con ahínco por conocerme a mí mismo, y a la vez por reforzar mi voluntad para poder abandonar mis torpes malos hábitos, vicios, maldades, liviandades, temores, dudas y pequeñeces; para que una vez teniendo UN ROSTRO, logre también tener UN CORAZÓN: sabio, noble, fuerte, humilde y de servicio. Y pueda entonces caminar en la Vida con plenitud, belleza, paz, libertad, armonía y felicidad, y adquirir, si me es posible, ese hermoso regalo del Espíritu que es: la Fe… Me afano con perseverancia en perdonar, perdonarme y merecer ser perdonado; en Amar, y merecer ser Amado. Y todo esto, tratando de no echarle mucha crema a mis tacos.l